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entre mi vientre
y tu tierra

Sevilla, 2025

Entre mi vientre y tu tierra explora las conexiones entre las políticas (re)productivas impuestas sobre los cuerpos de las mujeres y la explotación del territorio, ambos históricamente tratados como recursos a controlar, extraer y agotar dentro de sistemas que reducen la vida a su valor como capital.

Los fragmentos escultóricos que componen la obra fueron creados a partir de moldes realizados durante un procedimiento médico de extracción de óvulos, y se sitúan en paisajes atravesados por la historia de la explotación: desde el río Guadalquivir —vinculado al inicio de la expansión colonial hacia lo que hoy se conoce como América— hasta territorios como Río Tinto, un paisaje devastado por siglos de actividad minera en este otro Sur.

El proyecto utiliza la ficcionalidad de la imagen como herramienta para cuestionar el rol histórico de la fotografía en la reproducción de jerarquías coloniales que clasifican la vida. A menudo empleada para deshumanizar cuerpos racializados y feminizados, la imagen ha contribuido también a la construcción de imaginarios de otredad sobre territorios ricos en recursos: geografías convertidas en blanco legítimo de conquista, ocupación y despojo. En este contexto, el espacio liminal entre el realismo y la evidencia devela la inutilidad de la imagen como testimonio, y al mismo tiempo la recupera como herramienta crítica. Este proyecto no representa esa violencia como metáfora, sino como estructura viva: una forma de existencia que sigue operando y que hemos aprendido a naturalizar como parte del «desarrollo».

Texto curatorial por

Inés Molina Navea

En general, las imágenes no se dejan reducir a un discurso. Tampoco lo hacen los textos. Esta ambigüedad es una pesadilla para las científicas, una herramienta invaluable para los políticos y una fuente de recursos y de estudio para las artistas. Las imágenes que conforman esta exposición fueron guiadas por el deseo de criticar la objetivación del cuerpo de las mujeres, sin dejar denunciar la sobreexplotación de los recursos naturales. La tierra y la mujer confluyen como mercancía. Son las dos caras de la moneda de un sistema de reproducción que se ejecuta al precio de matar lo que reproduce. Todo eso puede verse allí, en la sala de exposición, quizá, con más facilidad, desde que se entiende que esos problemas son nuestros problemas. Especialmente para las mujeres, es cierto, pero no exclusivamente. 

Esas imágenes muestran también otras cosas. Deseado o no deseado, los soportes tienen siempre algo que decir. Más aún cuando se trata de medios de reproducción como la fotografía y los moldes; y cuando lo que estos reproducen es un autorretrato. La crítica a la explotación del cuerpo femenino y del territorio se encarna, toma la forma de una mujer concreta, que protesta con su retrato contra un orden que la hace desaparecer; desdoblada entre un aparato de reproducción y un objeto de mercancía, tal como las fotografías y los moldes que le sirven de medios. Esos soportes son, ante todo, sistemas de reproducción. Como si hubiesen sido necesarios dos medios para dar cuenta de esta identidad entre el territorio y la mujer formada por la economía. Es curioso que estas dos técnicas fuesen caracterizadas con la misma frase que describe la economía capitalista: un sistema de reproducción que se ejecuta al precio de matar lo que reproduce. El vaciado y la fotografía eran “repeticiones sin alma”. El primero en comparación con el modelado, la segunda, de cara a la pintura de caballete. En ambos casos, en el arte. La crítica llegó prácticamente en el mismo momento: en la revolución industrial. Ahí, igualmente, sucedió su metamorfosis. Mientras los artistas desdeñaban los moldes y las fotografías como “copias inertes”, las ciencias humanas nacientes, en especial la antropología, las incluyeron en su programa otorgándoles un nuevo valor: como documentos. En el mundo del arte esas técnicas no hacían más que reproducir la muerte. En las ciencias captaban la vida.

Texto curatorial por

Inés Molina Navea

En general, las imágenes no se dejan reducir a un discurso. Tampoco lo hacen los textos. Esta ambigüedad es una pesadilla para las científicas, una herramienta invaluable para los políticos y una fuente de recursos y de estudio para las artistas. Las imágenes que conforman esta exposición fueron guiadas por el deseo de criticar la objetivación del cuerpo de las mujeres, sin dejar denunciar la sobreexplotación de los recursos naturales. La tierra y la mujer confluyen como mercancía. Son las dos caras de la moneda de un sistema de reproducción que se ejecuta al precio de matar lo que reproduce. Todo eso puede verse allí, en la sala de exposición, quizá, con más facilidad, desde que se entiende que esos problemas son nuestros problemas. Especialmente para las mujeres, es cierto, pero no exclusivamente. 

Esas imágenes muestran también otras cosas. Deseado o no deseado, los soportes tienen siempre algo que decir. Más aún cuando se trata de medios de reproducción como la fotografía y los moldes; y cuando lo que estos reproducen es un autorretrato. La crítica a la explotación del cuerpo femenino y del territorio se encarna, toma la forma de una mujer concreta, que protesta con su retrato contra un orden que la hace desaparecer; desdoblada entre un aparato de reproducción y un objeto de mercancía, tal como las fotografías y los moldes que le sirven de medios. Esos soportes son, ante todo, sistemas de reproducción. Como si hubiesen sido necesarios dos medios para dar cuenta de esta identidad entre el territorio y la mujer formada por la economía. Es curioso que estas dos técnicas fuesen caracterizadas con la misma frase que describe la economía capitalista: un sistema de reproducción que se ejecuta al precio de matar lo que reproduce. El vaciado y la fotografía eran “repeticiones sin alma”. El primero en comparación con el modelado, la segunda, de cara a la pintura de caballete. En ambos casos, en el arte. La crítica llegó prácticamente en el mismo momento: en la revolución industrial. Ahí, igualmente, sucedió su metamorfosis. Mientras los artistas desdeñaban los moldes y las fotografías como “copias inertes”, las ciencias humanas nacientes, en especial la antropología, las incluyeron en su programa otorgándoles un nuevo valor: como documentos. En el mundo del arte esas técnicas no hacían más que reproducir la muerte. En las ciencias captaban la vida.

Es bien sabido que la vida que las imágenes antropológicas buscaban reproducir se extinguió rápidamente. Hay que decir también que tardó bastante en llegar. De hecho, las primeras fotografías antropológicas que aparecieron en una publicación científica no fueron retratos: eran reproducciones de bustos. Moldes. La ciencia del Hombre comenzó sin hombres. Los largos tiempos de exposición del daguerrotipo hicieron que los humanos fuesen, al menos por un tiempo, inapropiables. Lo que nos recuerda algo hace ya tiempo olvidado: que el mundo no era fotografiable de antemano. No pudiendo existir un verdadero rostro, las copias de yeso ocuparon su lugar. Debido al procedimiento, esas reproducciones no pueden mostrar los ojos. Por otro lado, las expresiones son rígidas, como si los cuerpos hubiesen quedado petrificados en el instante en que el yeso les cae encima, como sucede en las avalanchas. No hay nobles gestos. No hay divinidades, ni héroes ni heroínas. No hay alegorías. Lo que hay son muecas, en general, de agobio. Lo que se retrata con los moldes es la experiencia del proceso, tal y como fue vivido por el modelo. En eso se aparentan a la fotografía. El secreto de su complicidad está justo ahí: en su relación directa con la vida. Si estos medios fueron desechados en el arte, es porque se trataba de un arte que sacrificaba a sus modelos para darle vida a las ideas. La fotografía y el vaciado, por el contrario, no pueden renunciar al modelo. Sin embargo, no hay técnica fuera de la economía. Estos medios reproducen la vida del modelo al precio de convertir esa vida –y, finalmente, toda vida– en una cosa. Una cosa a partir de la cual será posible reproducir otras cosas. Los artistas del pasado creyeron que rechazando estas imágenes como arte impedirían la mecanización de la vida. Quizá hubiesen sido menos ciegos si hubiesen prestado más atención a la vida que por aquel entonces llevaban sus mujeres.

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